Del Mayo de París a la nostalgia por cambiar el mundo


Hace unos días platicaba con un amigo sobre la lucha que dieron los trabajadores de la refresquera Pascual, para crear la cooperativa y sobre la base ideológica que los motivó a seguir en medio de un entorno poco esperanzador.
Obreros decididos de la generación de las guerrillas, el Che Guevara, la revolución cubana y el romanticismo de la música de protesta, crearon lo que ahora es una de las cooperativas más exitosas de México.

Pero el tiempo pasa y las cosas cambian. Antes –decía mi amigo- en las oficinas había retratos de los barbudos de Cuba y de Demetrio Vallejo, ahora las nuevas generaciones obligan a los viejos a quitar esas reliquias.  También hay una brecha generacional donde los millennials no saben nada de la “revolución” ideológica de los sesentas y setentas y ahora la tecnología domina sus vidas.
Recuerdo esta platica porque en días pasado, Felipe González, el expresidente del gobierno de España, señaló en Colombia que los movimientos de protesta que se están dando en algunos países de América Latina, le recuerdan precisamente a aquel Mayo de París de 1968.
“Me recuerda, 'mutatis mutandis', lo que pasó en el año 68 en el siglo pasado. De pronto había una revuelta en Berkeley; una revuelta en París, los sistemas eran democráticos pero no idénticos, pero hubo un revuelta en Tlatelolco contra lo que algunos consideraban la dictadura perfecta del PRI y hubo una Primavera de Praga contra el sistema comunista", afirmó.
Ahora hay protestas en Colombia y Chile, con gobiernos de derecha; en Ecuador lo mismo; o en Venezuela y Bolivia con regímenes de izquierda. Y así se está conformando algo que González denominó como "una connotación antisistema sea cual fuere el sistema".
Como dije antes, el mundo cambió pero no las causas que provocan estas protestas. El trasfondo sigue siendo prácticamente el mismo que hace 51 años: desigualdad, pobreza, regímenes “democráticos” que no funcionan y un poder oculto que mueve los hilos del mundo.
En realidad no sé qué pasó en ese mítico 1968, donde los jóvenes –al igual que ahora- tomaron las calles, se enfrentaron a la represión oficial, algunos murieron, otros fueron presos y la gran mayoría terminó con un trabajo, una familia y un futuro incierto. La “estabilidad” llegó a sus vidas y ahora son los abuelos retirados que cuentan anécdotas de aquellos años de lucha, con un toque tan romántico que parece que es una sinopsis de una película de acción.
“La poesía salió a la calle, reconocimos nuestros rostros, supimos que todo es posible en 1968…” dice Joaquín Sabina en su canción. Pero hay algo de cruel en todo esto y es que al final, el sistema ha cambiado muy poco desde entonces.
Tal vez tengamos democracia, pero no tenemos opciones reales de cambio. Existen los derechos humanos como un marco legal para proteger la integridad de las personas, pero las policías siguen reprimiendo y creando culpables. Cayeron los tiranos de aquellos años pero crecieron nuevos, aún más poderosos y temibles.
Antes era una cuestión meramente política e ideológica, ahora es económica y comercial. Antes había socialismo y capitalismo; ahora solo hay neoliberalismo. En aquellos años había izquierda militante y radical; ahora ya no hay ni oposición real.
El poder político sigue concentrando los reflectores y los ataques, pero ahora el monstruo financiero es el que mueve al mundo. Llego la globalización y en esa estamos.
Y bien lo resume Sabina cuando dice que “no pudimos reinventar la historia…” Pero t al vez sí. Ese Mayor de París, la primavera en Praga o el movimiento estudiantil en México, dieron algo de esperanza –momentánea quizá- a esa generación. Algo que puede suceder con las protestas actuales y que de cierta manera han demostrado que los millennials y las generaciones siguientes, también tienen ganas de luchar por un mundo mejor. ¿Lo lograrán?

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