La globalización del estallido latinoamericano


Varios países de América Latina viven una situación compleja en materia política, económica y social, a pesar de haber adoptado las medidas que han ordenado los organismos internacionales para mejorar en teoría las finanzas y ofrecer un nivel de desarrollo más “equitativo” para todos.

En ese sentido, algunos países como Venezuela o Bolivia, caracterizados por gobiernos que han luchado para minimizar estas exigencias y que se han montado en modelos que muchos llaman tiránicos o dictatoriales a través de perpetuarse en el poder –actualmente solo con Nicolás Maduro-, también viven una situación igual de complicada que a simple vista, se centra en esa figura de poder que no quiere abandonar su trono.
Pero en países donde hay gobiernos democráticos –al menos que llegaron vía un proceso electoral aceptado por la mayoría- pero con tendencias de derecha, también están padeciendo el descontento social y que nadie se esperaba que llegara a explotar de tal manera, si habían hecho todo lo que el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM) les había exigido para asegurar su “desarrollo”.
Chile con Sebastián Piñera; Ecuador con Lenín Moreno; Colombia con Iván Duque; Argentina con Mauricio Macri y Brasil con Jair Bolsonaro, son la lista de países en donde por el momento, la crisis social ha llegado a tal punto -que excluyendo a la sociedad brasileña-, todos han explotado en protestas masivas, huelgas nacionales, enfrentamientos violentos y un rechazo total a la realidad que viven y a la desigualdad que enfrentan en el día a día.
Teóricamente esto no tendría lógica, si son gobiernos de centro-derecha, que han obedecido los lineamientos macroeconómicos, que han seguido las reglas del libre mercado y que han llegado –repito- por la vía democrática y que respetan los ciclos electorales que marca su Constitución.
En Venezuela, Nicaragua y hasta hace algunas semanas Bolivia, era claro que el culpable era la figura política en el poder; que además son de izquierda y que son los enemigos naturales de Estados Unidos. ¿Pero por qué sucede eso con los países de la derecha y socios de las potencias económicas mundiales?
La respuesta –para sorpresa de muchos- la dio Nicolás Maduro cuando afirmó que “Chile está escribiendo páginas en la historia de Latinoamérica en su despertar contra el sistema neoliberal”. Todo parece indicar que más allá de las tendencias ideológicas –izquierdas o derechas- que presumen los políticos y que defienden en público como la fórmula perfecta para el éxito, detrás de todo eso hay algo muy poderoso que se llama modelo económico y que comienza a colapsar a nivel social.
Esto porque el neoliberalismo – el soporte ideológico y el modelo a seguir de la globalización- ha creado un mundo abierto al libre comercio, a las inversiones y al flujo de capitales entre los países, prometiendo con esto un mayor nivel de desarrollo, pero en realidad no ha resuelto –de manera premeditada creo yo- las necesidades históricas de los pueblos y además ha generado que la pobreza y las desigualdades sociales y territoriales, aumenten en la misma medida en que un porcentaje ridículamente pequeño de población, acumula toda la riqueza disponible.
Entonces el estallido latinoamericano ha prosperado y progresado, gracias a que en la mayoría de los países de la región, las oportunidades de desarrollo para el grueso de la sociedad son muy pocas, porque el propio modelo ha generado una sobre explotación de los recursos y de la mano de obra –calificado o no-, y en el fondo las condiciones de bienestar individual o grupal, se deterioran en la medida en que cada vez se necesita más dinero para satisfacer las necesidades básicas y prácticamente en eso se nos va la vida.
Por lo tanto la globalización ha generado mucho bienestar para algunos pocos y ahora se acumula el descontento social de las grandes masas, que se empoderan en las calles–aunque sea momentáneamente debido a que no hay manera de derrocar este modelo- para hacerse ver en un mundo donde los individuos, los pueblos y las culturas, perdieron poco a poco su identidad y ahora todos usamos los mismos tenis o ropa de moda, ya sea en La Patagonia o en la región más inimaginable del planeta.
Así, vemos lo que pasa en Chile o Ecuador; sabemos lo que sucede en Colombia o Bolivia; nos enteramos de las protestas en Nicaragua o Argentina e incluso tenemos acceso a información de las manifestaciones en Hong Kong; es decir, la apertura informática comprueba que más allá de los contextos particulares de cada país, el descontento social es muy grande y contagioso, al final porque los padecimientos son los mismos.
Las sociedades nos sentimos engañadas y explotadas por un sistema de consumo excesivo, que promueve una cultura que envilece la dimensión real de la riqueza y que nos mantiene sometidos vía el poder económico, a ciertas maneras de producción que en el fondo no generan ninguna calidad de vida, aunque tal vez el desarrollo científico y tecnológico sí han alargado las expectativas de vivir muchos años más que algunas generaciones pasadas, pero llenos de deudas y preocupaciones.
El estallido social latinoamericano marca una época interesante, pero para dimensionar su impacto habrá que esperar muchos años, tal vez no sea más que una ola de protestas que poco a poco se diluyen o quizás, dentro de algunas décadas hablen de esto como el inicio de una nueva era social en la región

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