Mandela, el preso 46664 que cambió el mundo

De ser un excluido social por su color de piel, su condición socio económica y preso por sus ideales políticos, pasó a ser el presidente de un país que –hasta antes de él- todo lo veía en blanco y negro. Ganó el Premio Nobel de la Paz y se convirtió en el ícono social más famoso de finales del S XX.


 Nelson Mandela seguirá siendo la figura más representativa de Sudáfrica. Continuará siendo la materialización de los ideales en donde los derechos humanos garantizan la posibilidad de tener una vida diga para cualquier persona. Su imagen recorrerá el mundo como el símbolo de esperanza de que un mundo mejor siempre es posible.

Como comúnmente le sucede a los grandes luchadores sociales, un día son unos rebeldes capaces de tomar las armas sin ninguna posibilidad de ganar y unas décadas después son los héroes de una nación. Mandela es considerado el padre de la Sudáfrica moderna y reconciliada –aunque la pobreza sigue siendo la misma que en sus años de enorme sacrificios-.

Fue el martillo que golpeó tantas veces con sus ideas el muro del apartheid hasta que cayó. Demócrata, antiimperialista, nacionalista y antirracista, el “Tata” materializó sus sueños en un proyecto político de nación que lo llevó a ser el primer presidente electo por voto directo de la sociedad sudafricana.

Pero tuvo que pasar 27 años preso y convertirse en el famoso reo 46664 de la prisión de Robert Island. Desde ahí adiestró y adoctrinó a los jóvenes negros para darle la batalla al sistema racista imperante. En prisión se graduó como Licenciado en Derecho por la Universidad de Londres bajo el formato de estudio a correspondencia.

Luego de lograr derrocar el apartheid, ser el primer presidente negro de Sudáfrica, lograr la reconciliación social entre los blancos y los negros y darle una identidad multicultural a su país; Mandela se convirtió en un ícono de la máquina comercializadora y de mercadotecnia que ha marcado el final del S XX y el inicio del S XXI.

Su imagen aparece en todos lados. En aviones de la aerolínea South African Airways, el banco central emitió billetes con su rostro; fue la imagen más poderosa del Mundial del 2010 y su sola presencia –ya sea en retratos, fotos, videos, grafitis o estatuas- garantiza que todo el mundo lo voltee a ver.

Al igual que Gandhi en la India y el Che Guevara en América latina, Mandela es la figura más representativa de la lucha social en el continente Africano. Pero de una u otra manera, todos se han convertido en estrellas mundiales que siguen inspirando a ciertos sectores de la sociedad post moderna y consumista.

Mandela tal vez sea el último líder nato que ha tenido el mundo entero. Supo congregar a su favor –y para el bien de muchos- su condición de exclusión con la inteligencia política para darle sostén a sus ideas. Pasó de las armas y las revoluciones violentas a una estrategia más amplia e incluyente en donde no pretendió exterminar al enemigo, sino sumarlo a su proyecto social.

Su vida quedará como la de un hombre que logró cosas extraordinarias a favor del mundo. Desde el corazón de Soweto, la región donde se excluían a las comunidades negras durante el apartheid, Mandela seguirá moviendo al mundo con la bandera libertaria de los derechos humanos.

Pero un hecho quedará en la historia sudafricana como la muestra de que la reconciliación social  era posible. En 1995, en el Mundial de Rugby que se celebró en Sudáfrica, un hecho inédito rompió los últimos resquicios que quedaban en cuanto al poder de Mandela en su labor reconciliadora.

Un 24 de junio de 1995 en el estadio de Ellis Park de Johannesburgo, los 'Springboks' –el equipo nacional sudafricano conformado por jugadores blancos menos uno y odiado por todos los ciudadanos negros por ser el símbolo del racismo puro aplicado en el apartheid- le ganó al equipo de Nueva Zelanda (15-12) en tiempo extra y se coronó campeón del mundo en rugby.

Ese día, sucedió lo que muchos le han dado por llamar el “milagro sudafricano”. En la medida que el partido avanzaba y los “Springboks” luchaban en la cancha, la sociedad se empezó a volcarse en favor de su equipo, los negros empezaron a apoyarlo y al final del juego con el título en sus manos, todo el país salió a la calles a celebrar –tanto negros como blancos- por un solo motivo: ser los mejores del mundo en rugby.

Ese momento fue clave para crear una identidad nacional sin importar el color de piel. Mandela lo había logrado y fue en un escenario casi imposible de imaginar. El rugby –el deporte nacional y netamente blanco- le daba la oportunidad a Sudáfrica de ser un país nuevo.


“Más allá de la noche que me cubre negra como el abismo insondable, doy gracias a los dioses que pudieran existir por mi alma invicta…No importa cuán estrecho sea el portal, cuán cargada de castigos la sentencia, soy el amo de mi destino: soy el capitán de mi alma...”

 Este es parte del  poema “Invictus” que Mandela recitaba en su celda en los años de prisión y que se convirtió en el himno de ese equipo y la esencia del milagro de la reconciliación sudafricana.

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