Otra vez un 19 de septiembre
Nadie lo hubiera creído de haberlo sabido antes. Que el
mismo día pero 32 años después un sismo
devastador se presentaría en el centro del país dañando nuevamente a la CDMX.
Pero la desgracia no se percibe hasta que se está en el lugar de los hechos, en
donde la magnitud de los escombros estremece el corazón y provoca una sensación
muy extraña.
Por un lado, la sociedad nuevamente levanta las manos para
ayudar en las desgracias. En Gabriel Mancera y Escocia, en la Colonia del
Valle, se derribaron dos edificios y algunos más quedaron muy dañados. Ahí la
ayuda fue abrumadora desde el primer momento.
Algunas personas como el caso de Carla Franco (26 años, licenciada
en enfermería), Nicolás Vázquez (estudiante de medicina) y Alejandra
Elizarrarás (25 años, también enfermera), que llegaron caminando desde la
Clínica 8 del IMSS ubicada en Tizapán, San Ángel, y se alistaron como
voluntarios en la sección médica, todo con el fin de ayudar a las personas que
así lo requirieran.
Filas enormes de personas formados unos frente a otros que pasaban
por un lado botes y cubetas vacías, mientras que la otra hilera los regresaban
llenos de escombros en una tarea que parecía interminable, pero nadie se
rendía; mientras que otros pasaban agua, comida y cubre bocas.
Y la tarea se repetía, el polvo cegaba los ojos y la
esperanza de encontrar personas vivas era un motivo de peso para continuar con
la tarea y la cantidad de manos ya sobrepasaban por mucho lo necesario e
incluso ya se estorbaban.
Pero la primera escena fue aterradora. Un montículo de
escombros de concreto que se escurría por los lados y en donde lo único que se
distinguía era la puerta principal, la del estacionamiento y un auto que quedó
en la calle aplastado.
Este era un edifico de al menos seis pisos con doble fachada
que abarcaba tanto Gabriel Mancera como la calle de Escocia. En la azotea tenía
unas columnas que distinguían a esta construcción y que luego del sismo, era lo
único reconocible.
Dando la vuelta sobre Escocia, las cosas eran peores. La
calle había desaparecido y solo había una montaña de escombros que también
cubrían la esquina de Edimburgo. Ahí había una torre enorme con 8 o 9 pisos de
altura y que según algunos vecinos vivían al menos 200 personas. Una imagen
indescriptible.
Pero hay que darle un crédito especial a las personas que de
inmediato actuaron luego de los derrumbes y tal como lo explica David
Santacruz, un periodista que vive por la zona y que se convirtió en rescatista,
los primeros en llegar fueron los albañiles que trabajan en las construcciones
de esta colonia.
“Los albañiles son los primeros grandes héroes porque fueron
los que llegaron al rescate para mover y sacar escombro y ver si había gente”,
explicó Santacruz.
Mientras tanto, los puños se levantaban para pedir silencio
en la zona, tal vez habían escuchado algo entre los escombros, alguna persona
viva.
Pero en el lado opuesto a los albañiles, la elegancia de las
personas no impedía meterse al polvo. En esos momentos todos intentaban hacer
algo.
“Había una chava con abrigo y vestido, una mujer súper
elegante sacando piedras de los escombros para tratar de ayudar, igual hombres
con trajes, en estos casos no importa la condición social”, aseguró David Santacruz.
Unas horas después las máquinas pesadas, los camiones y las
herramientas eléctricas sustituyeron a las manos de los miles de voluntarios
mientras el personal oficial tomó el control de la zona.
Sin embargo, la sensación de tristeza no ha desaparecido
luego de ver todo esto, imaginando que por más esfuerzo humano que se haga, la
destrucción es tan basta, que seguro quedarán personas atrapadas entre los
escombros sin que se pueda hacer mucho por ellos.
Pero como siempre sucede, la calidad humana que se percibe
en medio de tanto desastre, hace que uno no caiga del todo y se refuerce la
esperanza de que todavía se puede ayudar.