La criminalización de las víctimas

“Yo también haría lo mismo” fue el lema de una de tantas campañas en apoyo de la liberación de Yakiri Rubí Rubio, quien fue encarcelada el 9 de diciembre de 2013 y finalmente liberada el pasado 5 de marzo al imponerle una fianza de $423 mil pesos por el delito de “homicidio con exceso de legítima defensa”.

Este fue un caso muy mediático porque Yakiri acudió a la agencia del Ministerio Público número 50 para denunciar que Luis Omar Ramírez Anaya y Miguel Ángel Ramírez Anaya la raptaron y la violaron en un hotel de la colonia doctores, pero al intentar defenderse, Yakiri hirió a Miguel Ángel con el mismo cuchillo con el que era amenazada, quien finalmente perdió la vida.

Las autoridades entonces culparon a la joven de 20 años del delito de homicidio doloso y fue a dar al penal de Santa Martha Acatitla. Luego se formó toda una red de apoyo para exigir la libertad de Yakiri y esto generó una de las campañas que más han exhibido en los últimos meses a la Procuraduría del DF por manipulación y desaparición de pruebas y por un manejo poco confiable del caso.

El calvario de denunciar

“El machismo me trajo aquí y hoy estoy contenta, pero sé que tengo que seguir luchando”, fueron las palabras que pronunció Yakiri una vez que piso la calle. Entre el actuar dudoso de la Procuraduría, las supuestas manipulaciones de los documentos a favor del acusado y un resolución desproporcionada por parte del juez 68, el caso se tornó en un ejemplo emblemático de lo que sucede en México cuando la gente se atreve a denunciar.

De víctima, inmediatamente uno pasa a ser sospechoso o hasta culpable de los delitos que uno va a denunciar. Si Yakiri actuó en defensa propia como es el argumento que utilizan sus abogados defensores, surge de inmediato la pregunta de ¿por qué el Ministerio Público desechó de antemano la denuncia por violación y solamente culpó a la joven de asesinato?

Pero hay algo  muy interesante en las campañas y muestras de apoyo hacia Yakiri y es el hecho de que la gente aprueba el actuar de la joven. El “yo también haría lo mismo” es un mensaje claro de que ya no creemos en la justica y que uno –en situaciones extremas- podría hacer cosas inimaginables para defenderse.

Autodefenderse

Y en un contexto más amplio ahí están las autodefensas, que en sus orígenes solamente eran los pobladores de pequeñas comunidades que estaban dispuestos a matar o morir por defender su libertad y la seguridad de sus familias.

En la semana me enteraba de que en el pueblo de Santa Lucía, en la delegación Álvaro Obregón –a escasos 5 minutos de Santa Fe-, se han suscitado una serie de robos y asaltos de forma violenta -incluso con armas largas- a negocios y transeúntes.

Al menos dos robos diarios y esto ha causado un fuerte enojo entre los colonos que ya se están organizando para defenderse de estos abusos.

Pero lo más grave fue el caso de una profesionista que fue a denunciar el asalto en su negocio y luego de varias declaraciones en el MP, uno de los agentes investigadores terminó diciéndole entre risas burlonas –según contó la afectada-, “ya sabemos quiénes son y dónde viven…”Pero aún así no los detienen.

Este tipo de situaciones no son aisladas. Se vuelve a criminalizar a la víctima y se protege al delincuente. Ya sea por corrupción, por colusión o por inoperancia e ineficiencia por parte de los elementos de la Procuraduría, los niveles de violencia van a la alza y esto puede provocar una reacción furibunda de la sociedad y entonces –una vez-, los culpables serán las víctimas.

Descontento social

La sociedad no cree en sus instituciones de justicia. Prefiere no denunciar –y a veces con justa razón- porque sabe de antemano que difícilmente sus denuncias sirven de algo. La gente desconfía del actuar de los agentes encargados de perseguir los delitos, de los jueces, de los Ministerios Públicos y de todo lo que tenga que ver con ese entorno cargado de un halo de prepotencia y abuso de autoridad.

El Distrito Federal está al límite de ver surgir hechos desesperados que tendrán como justificación la defensa propia ante tantos abusos de la delincuencia e inoperancia de las autoridades.  Por eso el caso de Yakiri se volvió emblemático, porque ella hizo lo que muchas personas han querido hacer; es decir, defenderse de sus agresores.

La violencia no se justifica bajo ninguna circunstancia, pero creo que en México se ha llegado al punto de considerar que con un poco de organización social y mucho valor, es posible llenar el hueco que han dejado las instituciones encargadas de proveer seguridad y justicia.

La empatía que generó el caso de Yakiri es la ventana hacia lo que nos puede deparar el futuro: una desconfianza total hacia las instituciones de procuración de justicia y una creciente necesidad de generar mecanismos de autodefensa… 

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