La independencia del mexicano

Cada quince de septiembre el pueblo de México se desboca en una fiesta que para muchos, es entendida como la representación histórica más importante que finalmente logró crear una nación, un estado y una sociedad libre y soberana. Somos hoy el resultado de lo iniciado en 1810.


Una versión romántica y utilizada desde la oficialidad para recalcarnos que para ser buenos mexicanos, hay que festejar “el grito” en una gran verbena popular. Sabemos que México como nación es teóricamente libre y soberano. “No es tributario ni depende de otro”, dice la Real Academia Española en su definición de independencia, con referencia a un estado.


Política y electoralmente se han alcanzado las garantías y libertades para suponer que somos un país con un sistema democrático y representativo. Es decir, elegimos a las autoridades vía el voto libre y secreto y el ganador surge de las decisiones de las mayorías, aunque aún se guarden algunas desconfianzas ante los procesos.

Pero más allá de la independencia de  México como país, que también habría que discutir, está la cuestión de si los mexicanos somos independientes. ¿Somos independientes los mexicanos como ciudadanos en la ejecución de nuestros derechos y obligaciones? ¿Actuamos bajo premisas sociales y morales sólidas y congruentes?

Las respuestas a estas preguntas forman parte de la esencia que como individuos y sociedad, constituyen el orgullo y el encanto de ser mexicanos. Pero actuamos bajo prejuicios y complejos sociales e intelectuales que están arraigados y que los asumimos como parte de nuestra cultura.

Los mexicanos no alcanzamos la independencia intelectual. Nuestros juicios se basan en argumentos que tienen como principal premisa la discriminación y la cerrazón. Y esto no es sinónimo de ignorancia o falta de educación académica, hasta los intelectuales más doctos fundamentan sus opiniones en frases retóricas que intentan poner una barrera entre ellos –los “pensantes”- y los demás.

La mayoría de la sociedad utiliza como único medio de información a la televisión. Los conductores de noticieros son los “especialistas”, los que opinan y los que aportan elementos para que entonces uno como ciudadano, pueda decir “es que lo dijo tal” y como lo dijo tal, entonces se da por cierto.

Si comulgamos con la ideología que representan estos medios, entonces la gente que opina diferente es “ignorante”, “nacos”, “flojos”, “cochinos”, “resentidos sociales” y “Amlo zombies”.  

Los medios que representan a la “izquierda social”, se pasan recalcando que existe injusticia, que la culpa solamente la tienen los poderosos y reafirman los estereotipos de que los pobres son prácticamente una especie que no tiene más remedio que sufrir; cuando hay ejemplos contrarios de comunidades o cooperativas indígenas independientes que representan posibilidades de progreso y desarrollo regional.

En medio de esto, no tenemos la independencia intelectual para hacer juicios justos, objetivos y sobre todo informados. Se polariza la sociedad, están los “bandos buenos y los malos”, nos desmarcamos o apoyamos ciegamente algunos movimientos sociales y esto ha repercutido en que no sabemos luchar ni defender nuestros derechos con medidas útiles y provechosas.

Pero luego viene la injerencia del mercado, del consumismo y de la falsa idea del bienestar material como sinónimo de vida. Somos esclavos –en algunos casos- de la desmesura material. Ambicionamos, anhelamos, nos endeudamos y a la larga, creemos que seremos felices porque tenemos una casa nueva, una camionetota, los hijos van a la escuela de paga y utilizamos ropa de diseñadores. Lo triste es que todo eso son deudas que algún día se tendrán que pagar aunque sea a mese sin intereses.

No tenemos pues independencia económica ni financiera. Compramos a crédito con la ilusión de ser mejores personas en la medida en que más cosas se posean. El mercado nos tiene atados –sobre todo a la clase media- y jugamos a medir a los demás en función de lo que compran, en dónde lo compran y con qué frecuencia lo compran.

Y algo más. Como sociedad estamos ligados de manera inseparable a la corrupción como modelo de desarrollo y bienestar. Creemos que mientras más dinero o bienes se tengan mejor seremos tratados en caso de tener algún problema. Las cosas se intentan resolver –invariablemente- con dinero y la justicia se ha convertido en una inversión personal. Quien pueda pagarla es el beneficiado.

“Quien no tranza no avanza” dice un conocido refrán popular, que más que un chiste es una regla práctica que hay que seguir de alguna u otra forma. La leyes en México están para ser corrompidas y no para ser respetadas, lo que ahonda aún más la falta de justicia plena y confiable.

Sin duda el 15 de septiembre abre el corazón nacionalista de muchos millones de mexicanos. Nos sentimos orgullosos de los rebosos, de los sobreros de charros, de los indígenas y de sus manifestaciones culturales. Asumimos como grandiosos los sucesos históricos y decimos “Viva México” en medio de algarabía y tequila.

Pero unos días después, casi todos criticamos  al país, a su gente y sus costumbres de manera permanente. Algunos desearían ser de cualquier otra nacionalidad –sobre todo gringos o europeos- antes de tratar de entender las razones que tienen movimientos sociales.

Somos presas pues de prejuicios y costumbres que nos hacen ser un pueblo dependiente. Se dio hace 203 años un movimiento que culminó con la independencia política de México, pero todavía no damos ese gran salto cultural y social que vuelva al mexicano independiente en sus pensamientos y actitudes.


Nos hace falta un movimiento independentista a nivel cultural e intelectual –sin llegar a la violencia, claro está-, que modifique la sensibilidad social de nuestro pueblo para que seamos capaces de romper con esos amarres invisibles que nos tienen sometidos y entonces, seamos un país que se acerque más a su verdadera independencia….


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