EL MILAGRO DE SAN AGUSTÍN

Les presento un pequeño relato sobre fútbol...
(Autor: Daniel Higa Alquicira)

Por fin había llegado el gran día. Desde siempre estuvo convencido que tenía talento para ocupar el puesto. No sabía exactamente el cómo y el cuándo, pero confiaba plenamente en el destino y en eso que algunos llaman suerte.


Esto era algo que había venido trabajando desde su niñez. Veía atentamente cómo lo hacían los demás y él repetía los movimientos para practicar; como esos pequeños felinos que a través del juego descubren su esencia salvaje. 

Era hábil y seguro. Su naturaleza atrevida lo caracterizaba del resto y era fácil distinguirlo entre la multitud.

A pesar de que muchos de sus compañeros de juego ya habían abandonado el barrio, él era fiel a la costumbre. Prometió cumplir un sueño y eso sólo era posible en ese lugar.

Él nunca despreció las calles semi-alumbradas y las casas arruinadas que conformaban el lugar donde había nacido y donde forjó ese gran anhelo de convertirse en un personaje insustituible.

Formaba parte de una familia que había hecho historia en las calles mal adoquinadas de esos barrios. Primero su abuelo, se transformó en una leyenda local. Luego su padre, que nunca pudo superar los logros de su mentor, hizo lo necesario para ser considerado un grande. Y ahora él, el más joven del árbol familiar, a punto de iniciar una nueva travesía y con ganas de escribir su propia historia.

Muy a menudo le daba una hojeada al álbum de fotos para dejar libre a la memoria.
“Ahí está el abuelo, rodeado de una multitud que lo aplaude y lo admira” –pensaba en voz alta-. En otra foto, casi imperceptible para los demás, se podía leer una dedicatoria: “sin ti, no lo hubiéramos logrado…Att. Los muchachos”. El álbum le revitalizaba el orgullo y le ayudaba a tomar conciencia de su papel y su responsabilidad.

Aquel día especial, hubiera querido tener el tiempo suficiente para visitar a su abuelo en el panteón y platicar con él. Frecuentemente lo hacía, “porque el viejo es muy sabio y siempre me aconseja bien”, había dicho en alguna ocasión que lo descubrieron platicando sólo.

Hubiera preferido realizar el viaje a pie hasta su destino, pero eso era imposible. También hubiera querido pasar a hacer una oración a la capilla, pero no le quedaba más que conformarse con el beso al escapulario y una pequeña frase dedicada a los cielos.

No parecía nervioso, más bien su rostro transmitía ansiedad de que llegara el momento cumbre. Recorrió la sala de su casa y se encontró con el pequeño altar que tenía su madre dedicado a la figura de San Judas Tadeo y que cada fin de mes lo sacaba a pasear.

Miró las cortinas sucias y las sillas desordenadas. Los platos del desayuno y el mantel de navidad que cubría la mesa todo el año. Más allá encontró lo que buscaba. Fotos y recuerdos. Un poco de la historia se guardaba en ese rincón.

En lo alto, un banderín color rojo con blanco cubría la pared. “San Agustín, campeón de liga 1965-66” decía el pedazo de tela. Trofeos, medallas y reconocimientos que hacían de ese espacio, un islote de fortuna en medio de la nada.

Un jueves como cualquier otro, le habían dicho que era su hora, su momento, su destino. Estaba preparado pero de cualquier forma, era la culminación de muchos años de espera y preparación. Le habían entregado los utensilios que necesitaba para su labor y ya no había dudas, era el clímax.

Se presagiaba grandiosidad. Todos querían recordar esa tarde como el momento esperado para revivir la historia y los mitos del barrio.

Llegaba pues el momento. A lo lejos escuchó un automóvil que tocaba el claxon sin parar y sabía que venían por él. El ambiente afuera era de incertidumbre y ansiedad. La gente lo esperaba en las puertas de las casas o se asomaban a las ventanas para verlo salir.


No se sabe si el barrio estaba preparado para esto, pero la gente estaba segura de que era su última esperanza para limpiar el honor y la dignidad que desde hace mucho tiempo otros barrios habían pisoteado y humillado.

Subió al auto y no dijo nada en el trayecto, sólo pensaba en su historia y en su momento. Unas cuantas cuadras más adelante, se empezaba a sentir un ambiente festivo con una multitud ruidosa que esperaba el momento para liberarse de las amarguras de su vida.

Todos se acercaban al auto tratando de reconocerlo, de admirarlo como cualquiera de ellos; porque después, tal vez, su rostro tomaría las facciones de una celebridad, de un ídolo.

Todo figuraba un sueño, una ilusión, una historia imaginada. Ya en el lugar, la gente lo miraba encaminarse a su puesto y todos suspiraban. Con su uniforme entallado y los mismos movimientos de sus antecesores, los recuerdos de su abuelo y su padre inundaban el aire y los comentarios alargaban los mitos.

“Por fin llegó”, decía una mujer mayor en medio de un suspiro nostálgico. “Era lo que el barrio necesitaba para recobrar el orgullo que habíamos perdido”, comentaba otra voz. “Que se preparen, porque a San Agustín no le gana nadie”, se escuchó por ahí.

Un alarido firme y compacto surgió cuando llegó a su lugar, levantó los brazos y besó los postes. El barrio retomaba la fe mientras él movía las manos, preparaba el cuerpo y caminaba despacio por su área de trabajo. Los recuerdos inundaban a los mayores y sabían, con esa sensibilidad que dan los años, que era lo que hace mucho tiempo estaban esperando.

En esa temporada, ningún equipo le pudo ganar a la oncena de “San Agustín”. Cada domingo, el barrio celebraba una fiesta después de cada partido. En 25 encuentros, solamente le anotaron 5 goles, uno de ellos autogol.

Los niños portaban orgullosos las playeras viejas, que heredaban de sus padres o de algún tío que vistió los colores del “San Agus”. El barrio de San Agustín de los Mares y su cancha terrosa y mal aplanada llamada “La Angostura”, no tuvieron época más feliz que aquella cuando Elías Juárez fue portero del equipo “campeonísimo”.

Después de él, la vida ha vuelto a ser triste y ruinosa como en todos los barrios pobres. Sin embargo, la gente no abandona sus miserias porque en San Agustín existe una leyenda que mantiene viva la esperanza de sus habitantes. Ahora las nuevas generaciones están a la espera de un nuevo héroe, de un insustituible, de un nuevo portero salvador del equipo, para recuperar las glorias pasadas que tanta dignidad le dieron al barrio…
                                                                                      

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